viernes, 26 de julio de 2013

El paraíso al fondo a la derecha

Perder la noción del tiempo es una circunstancia que se da en el paraíso. No sé cuántos días llevo aquí. Está al fondo a la derecha, andando la playa y después de salvar un montículo selvático, plagado de mosquitos, se abre en una bahía, más parecida a Isla Tortuga que ningún otro sitio, donde unas barcas de pescador esperan pacientes la marea y la hora de partir.

Es Ton Sai, temporada de monzón, en el sur de la provincia de Krabi, Tailandia. Se llega en barca por ciento veinte baths, moneda tailandesa, tres euros, y te deja a cien metros de la playa, te desembarcas y caminas con el mar hasta las rodillas, despacio, asimilando la dimensión del lugar. Nos recibió el monzón, con su cortina gris de agua, impenetrable a la vista, mojándonos en un parpadeo, credenciales de un clima que decide los ritmos de sus gentes.

El alojamiento es más económico aún de lo que había calculado, docientos baths, cinco euros, por día, derecho a un camastro con mosquitera, ventana abierta y un ventilador, desayuno con el mar de fondo. Vivir en el paraíso es barato, sólo hay que tener tiempo, eso sí que vale dinero y no se puede conseguir tan fácilmente. Un quemador de unas espirales azules para ahuyentar los mosquitos es el único material imprescindible.

El primer día de escalada piensas que te has equivocado, toda tu inversión para venirte a escalar ha sido infructuosa. Te sudan las manos, la humedad del cien por cien hace que bajes como si te hubieras duchado en la reunión, el equipamiento, siendo seguro, requiere imaginación y compromiso, la jungla invade los sectores, el monzón juguetea desde mediodía. Es a la noche de ese día, con una Shinga en las manos, cerveza en botellin de 75 cl. que cuesta unos 120 baths, cuatro euros, tantos como comer o dormir, mirando las estrellas de un cielo que no conoces, sin osa mayor, ni estrella polar, sin norte al que ir y sin sur de referencia, cuando te das cuenta que has acertado, que la inversión es la mejor que podías hacer.

El segundo día madrugas, el sol es el mismo pero tiene otro horario, te bañas en un mar cálido, desayunas un batido de frutas tropicales, caminas descalzo al sector y ya está. Ya sabes que has acertado. El gasto marginal es cero, el coste fijo permanece por día. El material sí se desgasta rápidamente, sol y sal de mar, humedad, tierra marrón de la jungla, es mejor tenerlo previsto para abandonarlo cuando muera del todo. Se puede alquilar todo el material en un número creciente de empresas que ofrecen cursos, material y guías de escalada. El paraíso explota sus recursos. No busques vías fáciles, sólo busca donde haya un montón de americanos haciendo top ropes asegurados por tailandases risueños, por naturaleza y por oficio.

Me quedo. El rojizo atardecer ilumina una luna llena de dibujo conocido, el mar se retira, se encienden las luces del bar vikingo, ondean unas banderas danesas de vikingos sin oficio. Buscaré uno para esos quinientos baths, doce euros, que cuesta vivir cada día aquí.