Le conocí
una mañana de lluvia en Margalef, tomando café en el Vernet, llegó con su sonrisa,
los dedos doloridos de algún proyecto en la Catedral del maestro Vicent, se
sentó en la mesa, viejo conocido de Toñín, “me ha llamado y se ha preocupado
por mí y mi tobillo”, me confiesa éste, nos contó de lo bueno que eran algunos
y lo que les admiraba. Se acabó el café, nos deseó suerte y se fue a maltratar
sus tendones.
No le he
vuelto a ver. Ayer leyendo Desnivel me enteré de su muerte. Injusta siempre
cuando no se ha vivido como para poder mirar hacia atrás. Mikel no lo hacía. Le
he preguntado a Chechu. Me escribe, "uno de mis maestros":
“Lo más
importante es la vitalidad, sonrisa y alegría que desprende, es verle y
alegrarte. Un verdadero fanático, estricto con su entrenamiento, sin
contaminación a la hora de escalar (con muy buen humor siempre) consiguiese o
no su proyecto.
Bombero de
Gasteiz, del trabajo a la pared, al templo, a Bilbo donde su novia, a la cueva
(Baltzola) a equipar… Siempre gastando gasolina, más o menos como todos…”
Necesitamos
los héroes, adoramos los mitos. Mikel, suerte, busca tus proyectos entre los
cielos, iremos a probarlos.
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