Encaminamos
nuestros pasos hacia el norte. Abandonamos Koh Tao un atardecer
lluvioso, en un mar de olas intensas, en reflejos grises, lejos de la
gama de granates y violetas que conocíamos. La sensación de
abandonar el paraíso ya se instaló en mi cabeza. El norte no nos
defraudó, eso sí, no superó lo que habíamos vivido.
Chang
Mai es la ciudad más importante del norte, imprescindible visitarla
si quieres tener una imagen más amplia del país. Acercarse a la
selva, que no adentrarse, ver elefantes, en distintas granjas,
algunas de dudoso gusto conservacionista, alquilar una moto para
recorrer esas montañas de pueblos llenos de hippies de todas las
posibilidades económicas, desde los americanos fumando marihuana con
la visa oro en el bolsillo, pasando por europeos en viajes de Lonely
Planet anuales, hasta los que han decidido quedarse allí a vivir
enganchados por esas tierras.
Llegamos
en avión, un low cost desde Bangkok, y nos plantamos en el centro de
la antigua ciudad amurallada, bella y abierta, dispuesta a enseñarnos
sus riquezas a través de cientos de empresas de todo tipo de
excursiones y actividades al aire libre. Decidimos ir camino del Rent
room que habíamos visto y cuando estábamos a punto de llegar,
recordando que teníamos que volver a regatear el precio, arte
ancestral obligatoria entre tailandeses y el resto del mundo, vimos
que a la puerta había un charco que ocupaba media callejuela, mitad
tierra, mitad asfalto, nada que ver con las calles del Plan E de
aquí, y en él sobrevivían un sorprendente número de renacuajos.
No sé cómo habrían llegado hasta allí, y no es una duda sobre el
origen de la vida de la familia de los anuros, no, sé que antes han
pasado por allí ranas o salamandras y que han vuelto a lugares
sombríos o al río cercano. Lo que sí entiendo es que a la más
mínima oportunidad han ocupado un hábitat hostil y pelean por
sobrevivir. Más aún con el día de sol que nos recibió, calor
húmedo. El monzón de media tarde, puntual con su cita del norte,
despejó las dudas.
Buscamos
una tienda de escalada, con un más que decente rocódromo, donde nos
informaron de la escuela más cercana, alquilamos una cuerda, la
anterior se había quedado en Ton Sai, y ahora creo que anda por
Australia, y con nuestra flamante guía, también alquilada, a la
mañana siguiente, en la scooter a todo gas, hicimos los cincuenta
kilómetros por esas carreteras sacadas de una película de Rambo
para llegar a unas paredes entre selvas interminables.
Si el
objetivo es escalar y hacer grado Chang Mai no es el destino. Si es
seguir disfrutando de otra estancia del paraíso entonces sí: selva,
mosquitos, quemadores de incienso, humedad, guías de escalada
deportiva con clientes no haciendo más de seis a (los guías),
pueblos enlazados con la selva, bares restaurantes entre la carretera
y los caminos, madera, bambú y comida picante. Los viernes hay un
mercado nocturno único y de una luz que engancha, no es el mercado
de imitación que hay permanentemente, no, es uno que hay que visitar
y conocer.
Tailandia
muestra que es posible. Un paraíso natural, un país que vive del
turismo, que lo cuida y que aprovecha el negocio que dejan los
visitantes. He contado por docenas las empresas que se dedican sólo
a la escalada en esta península asiática. No es su recurso más
preciado, ese es el propio país, su belleza fascinante de playas,
colores, gentes, comidas, templos, clima. Aprovechan como los
renacuajos la oportunidad para crecer y tener un lugar en el
ecosistema, peleando duramente por el espacio y las dificultades.
Ya de
vuelta por aquí me queda mirar atrás y cerrar los ojos, retener en
mi memoria todo lo que allí he vivido, ayudarme con las fotos y las
personas conocidas a mantener el vínculo con el camino al paraíso.
Redescubro
las oportunidades que tenemos aquí: las mejores escuelas del mundo,
escaladores que estudian y tratan de titularse para dedicarse
profesionalmente a la escalada, refugios que se abren impulsando
zonas, abriendo vías y llegando a acuerdos con ayuntamientos y
propietarios de terrenos, conocedores del efecto beneficioso que
produce para la economía local la visita permanente de militantes de
la roca, junto con los problemas generados, prohibiciones
reduccionistas, gestión de las basuras propias y colectivas,
conservación de los hábitats versus actividades varias.
Acaba
el verano y volvemos a plantearnos los problemas habituales junto con
algunos que empezamos a conocer, la responsabilidad civil de nuestros
actos, equipamientos, guías de montaña, impuestos a pagar, creación
de empresas para aprovechar el potencial de la escalada. Una nueva
pelea como la de los renacuajos de Chang Mai, peleando en un charco,
esperando que el monzón estalle en un río que les lleve a aguas más
amplias.
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