El
otro día estuve escalando en un “secretivo”. Al llegar había
varios coches aparcados y escalando éramos por lo menos cuatro o
cinco cordadas. Aún así sigue siendo un secretivo.
Permítame
el lector menos docto en nuestro argot una explicación. Un
“secretivo” es una zona de escalada, ya sabemos que a estas zonas
las denominamos “escuelas”, que los aperturistas no publican y
prefieren que no se den a conocer entre el resto de los escaladores.
Se
mantienen en un relativo secreto al mundo en general y su transmisión
es vía oral, o en servilletas de bar pintarrajeadas de líneas y de
grados, con la advertencia verbal de “no se lo digas a mucha gente
que se quiere mantener así”.
Las
razones son variopintas, trataré de enumerar algunas:
a.-
El equipador la quiere para él y su entorno y que no llene de gente
ajena a su grupo para disfrutar de la tranquilidad del hallazgo y de
su trabajo de equipar.
b.-
Es una zona privada y el dueño ha accedido a que se equipe
controlando quien va, puede haber ganado y se puede molestar con
gente o nuestras mascotas, puede que sea de su uso privado y que no
se convierta en un lugar público.
c.-
El equipador o equipadores se la reservan para probar, con tiempo y
tranquilidad sus vías, hacer las primeras ascensiones y trabajar con
tranquilidad en la pared.
d.-
Es un grupo local que, cual aldea gala, no quiere la invasión de los
“romanos” que se produce cuando se publican las escuelas y se dan
a conocer. Lo nuestro para nosotros y el resto para todos es un lema
no escrito.
e.-
El equipador, un imprescindible como sabemos, equipa siguiendo su
impulso personal y deja las vías y las zonas. Transmite mínimamente
la información y sigue. La zona empieza de secretivo y, con el paso
del tiempo y de los encadenamientos, va pasando al conocimiento
público.
f.-
Cansancio de ver zonas como auténticos estercoleros o letrinas
colectivas ante la falta de civismo de las escuelas más conocidas.
Hay
que superar innumerables obstáculos para que siga siendo secretivo:
1.-
El escalador es un coleccionista de vías. Una vez encadenada una
queremos otra, y luego otra, así hasta el fin de nuestras fuerzas.
2.-
Las redes sociales: vivimos en una sociedad del conocimiento y la
información. Publicamos nuestro entorno y buscamos lo publicado de
otros lugares. Es un proceso imparable y propio de nuestro tiempo.
3.-
El colectivo de escaladores cada vez es más un colectivo consciente
de su propia existencia. Se informa de lo realizado, se defiende el
mismo, se asumen los problemas y se busca mecanismos de solución.
4.-
Burdo rumor: cantaba la Mandrágora hace tiempo. Un rumor de zona
nueva con buenas vías, crece y se propaga, de ahí a hacer una
expedición a probar las vías es todo en uno. Luego el que ha ido
propaga el rumor.
¿Son
rentable los secretivos?
En
este blog este es un argumento esencial. La decisión individual de
publicar o no depende de la voluntad del equipador y todo el respeto
a ello. Si es rentable o útil esta acción sí merece alguna
consideración para abrir a la discusión.
El
dinero invertido por los equipadores hace tiempo que sabemos que va a
fondo perdido, salvo el aportado por instituciones, asociaciones de
escaladores, publicaciones de guías que destinan un porcentaje al
equipamiento.
La
búsqueda de nuevas zonas está en nuestro genotipo. Publicamos y
buscamos publicaciones, nos auto imponemos normas de comportamiento y
de respeto al entorno pero seguimos en el viaje.
Todos
conocemos zonas que dan pena, incluso vergüenza ajena, ante la
cantidad de papeles y basura, además de la letrina colectiva, ya que
las normas del libro de “Cómo
cagar en el monte” todavía no son un estándar de
comportamiento.
El
sentirse parte de un colectivo o de un grupo es más una visión
desde el exterior que desde la visión individual. Conozco
escaladores que prefieren escalar solos, equipar solos y que no
soportan las aglomeraciones, es lógico pero está lejos de una
realidad creciente y es la de que cada vez somos más y buscamos
nuevas vías.
Puede
que no se sientan parte de un colectivo, yo sí lo hago, fui
consciente una tarde de verano en Cëusse, sentado tras un pegue a
una vía mirando al muro, se extiende hasta el horizonte, caliza
blanca con el último sol de la tarde, surcada de vías, en todas
ellas escaladores y escaladoras probando, volando largo muchos y
encadenando otros, colectivo fanático. Instante en la retina cual
replicante a punto del fin de sus días, “he visto el muro de
Cëusse ardiendo de escaladores en todas sus vías”.
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