Empecé
a leer los cómic de Astérix y Obélix de niño en la biblioteca de
mi pueblo en vacaciones de verano. Enseguida me enganché a sus
andanzas y travesuras por toda Europa, a sus peleas con las
guarniciones romanas, a sus banquetes, tan poco mediterráneos, a
base de jabalí asado y, cómo no, a la poción mágica del druida
Panorámix.
Uno de
los libros que recuerdo con mayor devoción si cabe es el de la
Vuelta a la Galia. En él los intrépidos galos, cercados por las
guarniciones romanas, retan al enviado de César a que serán capaces
de salir sin problemas de la aldea, recorrer la Galia y volver a casa
con un producto típico de cada región que visiten, invitando al
banquete al mismo César si quisiera. Ahí empieza una divertida
aventura, ironizando Goscinny y Uderzo sobre sus compatriotas y sus
costumbres. Deliciosa historia de correcalles y mamporros con final
feliz, no para los romanos, o sí, según se mire.
Así
que cual irreductibles galos (salmantinos en todo caso), nos fuimos
para la Galia en verano, vía Rodellar claro, y nos plantamos
decididos a escalar alguna de las vías deportivas clásicas, allí
por donde pasáramos. La Galia es diversa, grande como dicen ellos,
de clima cambiante, salpicado de lluvias y de noches frescas. Sin
hablar más que dos palabras de su idioma, una vez más, allí nos
presentamos.
La
primera parada fue en las Gorges du Tarn, el Tarn que decimos los
escaladores patrios. Hacía frío y estaba lluvioso, perfecto
pensamos, no así la dueña del camping de Terrados en Les Vignes que
lamentaba que tanto tiempo malo había ahuyentado a los catalanes
(para ella todos los que venimos del sur de los Pirineos son
catalanes pues es de dónde van mas). La escuela ha sufrido una
transformación de unos años acá. Se ha reequipado entera, con
químicos y reuniones de calidad, manteniendo el estilo de su
apertura, vías protegidas abajo y largos vuelos según se gana
altura. En todos los sectores hay un cartel explicativo de dónde se
puede escalar, a qué parte de la guía se corresponde y unas normas
de comportamiento así como unas líneas explicativas del consenso de
todos para que se pueda escalar en una zona protegida
medioambientalmente, y con especies de alta sensibilidad. Un
entendimiento que además de protección permita un turismo que
potencie la economía de la zona y sus gentes.
Dejamos
el Tarn y nos adentramos por carreteras y parajes fuera de la autovía
principal. Aparcábamos la caravana en donde nos encontraba la noche,
sorprendiéndonos de no ser perseguidos como sospechosos campistas
como ocurre en la piel de toro. Cruzamos cerca de Cëusse, esta vez
no estaba previsto subir, y nos dirigimos a La Balme, chorreras
chorreantes esta vez de lluvia de caliza. Lástima porque prometía
la visita. Fueron unas lluvias de finales de julio que nos
acompañaron demasiados días. También en nuestra ruta a Chamonix,
pasando por Annecy, pequeña Venecia del norte, joya de un país
lleno de ellas.
Seguiría
contando sobre Chamonix, los Alpes de su belleza única, nieves de
verano, cumbres de bellas historias de montañeros de raza. Hay
mejores relatos que el mío sobre ello. En esta crónica cabe hablar
de las mil tiendas que allí hay, de lo fácil que es alojarse y
permanecer allí si se tiene la paciencia de buscar un sitio donde
dejar la furgoneta, gracias Dani por la indicación. También los
hay. Puede ser que desde los tiempos de Astérix y Obélix los
franceses asumen como una forma de vida la de quien la hace en un
carromato, la colección entera de cómic está llena de gentes
moviéndose en ellos, de una aldea a otra.
Llama
la atención que el precio de la gasolina, indicador directo del
consumo del viajero, es más barata en Francia que aquí. No en las
gasolineras de las autovías, esas aprovechan al cliente cautivo del
peaje, no, me refiero a las de las carreteras secundarias, ahí es
donde estaba más barata. Todo una comparación. No así el menú del
día o del escalador, de media sube de los quince euros, no
comparable a la media de nueve o diez de aquí, más de un cuarenta
por ciento más caro.
No
dejéis de pasar por la región de Briançon, nos recomendó el
francés que habita y equipa por las escuelas de España. Así lo
hicimos. Cámpings baratos, zonas de escalada bien señalizadas,
altura, buenas vías, tranquilidad en la estancia, en la escalada, en
la zona. Allí nos demoramos más días de los previstos, indicador
de la calidad de la zona y sus posibilidades.
Bajábamos
por el Col de Lautaret, dejamos Alpe d'Huez a un lado y nos paramos a
dormir. Nadie llamó a nuestra puerta, ni nos cogió la matrícula.
Amanecimos a mil ochocientos metros, con uno de los glaciares de los
Alpes al fondo, después de una noche de estrellas y vía láctea que
se ha quedado grabada en la memoria.
Muchos
días después decidimos volver a nuestra aldea, el verano seguía.
Devoramos kilómetros haciendo alguna escala técnica, no rentable
económicamente hablando, desviándonos algunos cientos de kilómetros
para intentar encadenar aquella vía que dejamos pendiente, y
seguimos la ruta de los pirineos, su vertiente norte, bella y blanca
todo el año. Pero esa es otra historia que diría Michael Ende.
No
hemos hecho ni remotamente la vuelta que dio Astérix y Obélix, pero
sí hemos disfrutado de un país acogedor. Incontables son las veces
que intentaron hablar en castellano con nosotros, al no darse cuenta
que no sabíamos francés, y no en inglés, un país que regula y
disfruta de la escalada y de las gentes que la practican. Sí
compramos viandas y productos típicos allí donde íbamos, quesos,
vinos, dulces.... que disfrutamos en más de un banquete a la luz de
las mismas estrellas que a ellos les tintinean también en las noches
de verano.
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