Creo
que empieza la tercera ola de calor, ya he perdido la cuenta de este
verano, el más caluroso que ninguno de este siglo, incipiente eso
sí. Busco el fresco del norte de España, no toca estos días ir más
lejos, conduzco con el mar Cantábrico como límite natural y aparco
allí donde las olas rompen en espumas blancas.
Me
siento en la orilla, a la hora que abandonan los playeros habituales,
y disfruto del lento peregrinaje de los surfistas al mar. Unos corren
con la tabla bajo el brazo, otros andan tranquilos y otros se quedan
mirando al mar estudiando la zona donde surfear.
Hay un
momento en el que se quedan sentados en sus tablas, flotando mirando
al horizonte, de reojo a los vecinos, calculando cuando empezar a
remar, es ese momento el que me parece mágico, luego cuando vienen
varias olas se desata la pasión, los gritos, la magia sigue hasta
que la oscuridad cierra la escuela, de vuelta a la orilla, cansados,
felices, a compartir una cerveza con el recuerdo de haber cogido la
mejor ola.
Miro
la página web del tiempo como hacen ellos, no es la misma, no es
“windguru”, buscan vientos y olas, nosotros sombras y vías, se
mueven en función de dónde sean mejores, viajamos buscando las
mejores, entrenan fuerte y mejoran la técnica, entrenamos y
mejoramos nuestra técnica, persiguen olas, nosotros perseguimos
vías.
Me
despierto pronto, como siempre, camino a la orilla a oír a las
gaviotas y miro al mar, allí están ya, esperando a las olas.
Persiguiendo sus sueños. Me doy la vuelta y conduzco a mi escuela
elegida, allí persiguiendo sus olas, compañeros de fatigas, me uno
al grupo que huye de la ola de calor a refugiarse al abrigo de una
pared.
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