No
estaba buscando ese libro en el trastero. Ni siquiera estaba buscando
libros. Mi trastero es un espacio del recuerdo, allí se almacenan en
un orden cercano a los principios de la entropía, tendiendo al
máximo desorden, misterios del tiempo y el espacio comparten rincón
dos crashpads con una vieja tabla de surf, sujetados por una fila de
libros que llega hasta el techo, palabras que han visto mis ojos para
dormir hasta un nuevo lector.
Partía
a hacer penitencia a la ermita, lugar de peregrinación obligado en
Cuenca, buscando cuerdas, cintas viejas para dejar y demás enseres,
cuando se me vino encima la columna de libros. La escena invita a la
sonrisa tratando de sujetar el tsunami con las manos, siendo
enterrado entre trastos e historias.
Me
senté a comprobar el desaguisado cuando un libro llamó mi atención
sobre el desorden. Momo, maravillosa novela de Michael Ende, sí el
de la Historia Interminable, que escribió en 1.973. Me senté en el
montón creado y empecé a releer sus páginas. Espero que lo hayáis
leído, si no es así leerlo primero y no sigáis con estas líneas,
en todo caso os contaré que Momo es una historia sobre la vida,
sobre el tiempo que tenemos y lo que hacemos con él. Los hombres de
gris nos guardan el tiempo en su banco del tiempo, tiempo que
ahorramos y no disfrutamos. El tiempo son bellas flores que crecen,
todas distintas y se pueden guardar o disfrutar su belleza.
Tiempo
es un valor económico, primera variable en la ecuación del trabajo,
normalmente tiempo mas habilidades a cambio de un salario. También
lo es en el principal problema de la economía familiar, capital
prestado a devolver más los intereses que genera por el paso del
tiempo. Las hojas que los hombres de gris nos guardan en el banco del
tiempo. Intereses que pagamos y no disfrutamos, hojas que se
marchitan. Sencillamente genial leer Momo.
Sentado
en la ermita, entre pegue y pegue, seguía leyendo a Momo cuando se
acercó John, un americano que conocí una mañana en Margalef, volví
a coincidir algunos meses después en Rodellar, y ahora, con su
característica sonrisa en la boca, en Cuenca. Charlamos como hacemos
los miembros de esta tribu, tras las preguntas rituales, pasamos a
las hazañas cosechadas en nuestras batallas en la roca, por último
cuando la conversación languidecía me preguntó: “¿por qué
tenéis tanto tiempo libre los españoles? Siempre os veo escalando”.
“¿Has leído Momo?” le pregunté yo. “No os entiendo” fue su
respuesta. La conversación murió en ese instante y la hoja del
tiempo conjunto también.
Él
se sorprende de vernos siempre escalando. Yo me he sorprendido de
verle a él tanto tiempo en España en tantos sitios, siendo
estudiante, según él. El parámetro es el mismo, el tiempo
empleado, inversión realizada en nuestra principal actividad. El
valor económico del tiempo empleado es utilizado desde las marcas de
ropa deportiva, cuerdas, a los restaurantes, campings, hoteles, casas
rurales, pasando por zapateros, empresas de alquiler, agencias de
viajes y vendedores de vehículos.
Antes
de la crisis económica se hablaba del tiempo libre, la reducción de
las jornadas de trabajo y la cultura del ocio. Se ocultó durante
unos años cuando otras prioridades básicas no estaban cubiertas.
Eso sí, siempre quedó el factor tiempo como denominador común.
Emplearé
unas cuantas flores de las del libro de Momo para seguir acercándome
al “Ladrón de Cuerdas”, uno de los proyectos en curso. Como
libros amontonadas en mi trastero guardo las vías que ya he
encadenado. A veces se cae alguna y vuelvo por ella. El gusto no es
el mismo, el de la historia repetida, por muy buena que sea, siempre
es más intensa la emoción de la próxima. Mientras nos dure el
tiempo.
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