miércoles, 25 de diciembre de 2019

Aguinaldo


En mi pueblo hacía mucho frío en Navidad. Salíamos de casa con un abrigo gordo, una bufanda y unas manoplas. Nos juntábamos en la plaza y desde ahí empezábamos nuestra ronda. Se llamaba ir a pedir el aguinaldo.

Era la noche antes de Nochebuena. Y en ella todas las pandillas salían a cantar villancicos por las casas del pueblo. Pertrechados con nuestras panderetas y zambombas. Recuerdo que era mi abuelo quien nos las tenía preparadas, sólo teníamos que pedirlas y, por arte de magia, ahí estaban para que nos las lleváramos. El resto del año estaban guardadas en el desván en algún baúl que nunca conseguimos encontrar.

No ensayábamos el villancico. Algunas pandillas se sabían más de uno y los escuchábamos con admiración. La nuestra cantaba “campana sobre campana, y sobre campana una, asómate a la ventana…”. La repetíamos en cada casa y aunque sonaba igual siempre era diferente. Nos daba tiempo a cantar una estrofa y el estribillo antes de que una mano seguida de una sonrisa nos diera algunas pesetas. Entonces eran pesetas, hoy serían céntimos, los guardábamos en una bolsa y seguíamos.

Mi pueblo no era muy grande por aquel entonces, ahora tiene más casas, que están en barrios alejados del pilón, que era la fuente, en la plaza principal, que marcaba el centro del mismo. Hay un berrocal en las afueras de bloques de granito que están empezando a ser marcados. A ver si al final además de escuela de parapente y ala delta va a ser una escuela de bloque de obligada visita.

Recuerdo que había unas pocas luces de Navidad, no es como hoy en día con un montón en las casas y en los balcones. Las calles estaban iluminadas por unas farolas de luces amarillas, y, me gusta imaginar, algunos años nevaba. En aquellos años era frecuente ver la nieve en las vacaciones de Navidad.

Llegaba un momento en que nos parecía que era tarde. No teníamos teléfono móvil ni tampoco reloj y decidíamos que por ese año ya habíamos pedido bastante el aguinaldo. Repartíamos a partes iguales las monedas y nos íbamos felices y helados a casa a dormir cantando villancicos.

Todo esto duró hasta un año que ya no fuimos a la plaza. No había zambomba en casa preparada y tampoco nevó. Ese año y todos los siguientes la Navidad empezó un día más tarde.

Viajábamos al Sur, destino un cañón con un camino volado sobre el valle, con agujeros, como si lo hubieran cañoneado. Lo recorríamos de día y de noche, y dormíamos en un recodo en el centro del cañón. Estuvo prohibido recorrerlo muchos años y ahora, una vez arreglado, hay que apuntarse a una lista para transitarlo con guía. Los fantasmas de Alberto y Javi el de Pucela lo siguen caminando conmigo todas las navidades, tomando las uvas al son de unas campanadas de sonido de cazuela mal lavada.

Hoy duermo en Cuenca, como muchas Navidades, concurro entre el gorro para dormir y el sol de invierno por la mañana. Pongo villancicos, apuro el segundo café, y camino hacia las paredes a por mi aguinaldo.

martes, 5 de noviembre de 2019

Estaribeles


Una mañana de octubre nos encontramos a pie de vía. Nos conocemos desde hace unos años, quizás quince, fue una tarde fanática en Somaén. Yo iba desde Soria, él desde Madrid, todos después de trabajar. Entonces no había familia que esperara a sus padres, los churripuntos eran fáciles de conseguir.

«Escribe algo», me dice. «Sigue con el blog. Lo publicamos en Escalada Deportiva, total casi siempre estamos en Cuenca». Acepto. José Yáñez es uno de los tipos con los que coincido de forma intermitente a lo largo de los años. Este año está de moda, y no por probar Mata y Trae, como entonces, sino por publicar una nueva guía de Cuenca, con sus actualizaciones, con sus revisiones de vías y de grados, ¡ay Carmen que me quedaste de 7c+!

Los grises, Sector Ermita
Al lío. Cuenca es, no hay dudas, del top 10 de mejores escuelas de escalada del mundo. Tenemos la suerte que los que lo sabemos sólo somos varios miles, que no ha traspasado las fronteras como hizo Margalef o Rodellar. Aunque empieza, casi como una pequeña inundación, a verse cada vez más gente de allende nuestras fronteras patrias.

No hay mejor manera que retomar la escalada y la economía que seguir con las analogías financieras.

Hoy voy a analizar los «estaribeles», es decir aquellos tenderetes precarios o instalaciones provisionales, o en Extremadura que dicen «bájate de ese estaribel que te vas a caer». En mi tierra, allá en Salamanca, eran construcciones precarias para llegar a sitios más altos. Ahí está la acepción.

En Cuenca, como en muchas escuelas de escalada, crecen a pie de vía, no importa la estación, como las setas de otoño, o las hojas de primavera. Un día ponemos una piedra para llegar al canto que necesitamos para seguir, no es el primero de la vía, es el que nos deja de forma cómoda progresar.

Algo así como Mario Draghi dotando de liquidez al sistema financiero. Luego vuelvo con él.

Al día siguiente alguien añade otra piedra, o dos. En pocos días se construyen pirámides, torres, construcciones varias, vamos estaribeles como dios manda, que diría mi madre. Algunos son archifamosos, quién no recuerda el Biographie en Ceusse.

Es un arte, quizás debemos establecer un criterio de calidad, un «estaribel tipo de Cuenca», como el made in Germany de los alemanes. Forman parte del paisaje, llegan a ser obras de arte, quizás deberíamos protegerlos. Eso sí, se acabó el noble arte del salto a la presa o el paso duro de salida.

La gestión de la crisis financiera se ha hecho de una forma parecida. San Mario Draghi ha creado un estaribel de tal manera que todos los países de Europa lleguen a los cantos más altos, aun cuando sólo unos pocos son capaces de hacer el plazo. Cambiamos entrenamiento por liquidez y sacrificio por estaribel financiero.
 
No es una crítica al uso del estaribel, de hecho los uso sin rubor, me fastidia un poco cuando no están bien construidos y lamento que a algunas veces, aunque pareciera más la Torre de Hércules, no lleguen hasta ese maldito bidedo que se me escapa por milímetros.