jueves, 27 de febrero de 2020

Climberlenials


Hubo un tiempo en el que ir a escalar era una aventura rayana en lo espartano. Viejos coches destartalados regalados por padres o tíos, sin aire acondicionado, calefacciones de aire frío, asientos duros y no reclinables, y palanca de cambios que para cambiar la marcha había que hacerlo como un dinámico a pie cambiado, vamos, con decisión inequívoca.

Dormíamos en sacos de dormir, sobre aislantes que ahora sonrojan, los sacos eso sí ya eran de plumas, tampoco quiero exagerar. Los soportales de las iglesias eran nuestros sitios favoritos, ya lo he contado alguna vez, y las de Valdehuesa y la de Atauri tienen un lugar mágico en mis recuerdos de spits y sacos de plumas.

Parezco el abuelo cebolleta contando historias a los nietos. Así me siento últimamente cada vez que escalo con un “climberlenial”. No creo que haga falta mucha explicación, me refiero a los escaladores de la generación milenial y más jóvenes aún.

Hace años cuando uno iba a una escuela nueva sufría un periplo forastero. Llegabas de noche y dormías en una cuneta, te habías apuntado el nombre de un bar donde podías copiar unos croquis, pintados a mano, repintados a mano, tachados y enmendados. La primera vez que entras en el Bar Manolo en Patones todavía evoca aquellos bares, simbiosis de aldeanos con escaladores y sus achiperres.

Las vías se conocían porque aparecían en Desnivel, había nombres que repetíamos como un mantra y hacíamos viajes imposibles, por carretera eternas, para probarlas aun siendo grados imposibles. Vampiresas la conozco desde la prehistoria. Ahora las que se conocen son de grados inescalables para nuestra generación. No así de los climberlenials que se suben por ellas con insultante desfachatez.

Soy de la generación que se iba a escalar sin teléfono móvil, principalmente porque se inventaron después. Quedábamos en el “muro” los jueves y allí decidíamos dónde íbamos el fin de semana. Nos presentábamos a la hora prevista y nadie sabía de nosotros hasta el domingo por la noche. Si encadenábamos alguna vía no era hasta el martes cuando, ufanos, podíamos contarlo a los colegas, entonces eran colegas.

Los climberlenials viven, como todos los demás ahora, con un smartphone en su mano, que sólo sueltan para escalar o asegurar. Están conectados al mundo, conocen las vías por youtube, consultan las vías en 8a.nu antes de ensayarlas y, por supuesto, publican sus encadenes casi desde la misma cadena. Ya no hay que esperar al Desnivel del mes que viene, si es que conseguían difusión, directamente puedes ver sus pegues en Instagram, testigos constantes de un colectivo conectado.

Los escaladores éramos unos parias de la montaña, unos chicos raros con mallas de colores y actividad clandestina, que escribíamos nuestras reflexiones en los “libros de piadas” que, cual libros prohibidos, rodaban por bares de escaladores o refugios ancestrales en las mejores escuelas. Ahí se graduaba, se añadían croquis, se criticaba, se decotaba y se firmaba como memoria de foráneos en las escuelas de los locales, toda una especie aún no del todo extinta.

Los climberlenials son escaladores sin fronteras, locales de todos lados, no escriben en los libros, publican en sus bios, decotan porque pueden. Son mas fuertes, escalan mas duro y se ríen de la vida. Suyo es el presente y el futuro. Lástima de vida, ya no somos inmortales.