lunes, 9 de marzo de 2015

El canto del carpintero


Las primeras luces del alba me suelen encontrar despierto, lector impenitente, café cortado y primeros sonidos de la mañana. El río Júcar arrulla en los cantos y las orillas. Al fondo, inconfundible, un pájaro carpintero trabaja algún chopo ribereño. Su canto, pequeñas sucesiones de golpes repetidos, se convierte en mi canción de desayuno. Amanece en Cuenca.

La jornada despereza, fría y soleada, en el ritmo cansino del campamento. El invierno se aleja, se adivina la primavera. Las nieves vienen en el río, con ellas sus días blancos. Los días de nieve han acabado, vuelven los días de roca.

Apuro el café y cierro los ojos. Mi mente vaga hasta el norte, reino del manto blanco en invierno, días cortos y fríos, Cerler mi capital preferida. Allí donde el quebrantahuesos es el rey. Allí donde este invierno volví a sentarme, en el telesilla, con el carpintero, en mis clases de esquí, camino del Gallinero. Seis meses enseña en la estación, seis meses ejerce su otra forma de vida.

Mira con sus ojos claros al valle, al fondo Cerler, donde ejerce de carpintero cuando no de profesor de esquí, especialista en fuera de pista, free ride se dice ahora, amante de las montañas, apasionado de su pueblo.

La carretera, me decía, para llegar al valle hace tiempo que habría que haberla ensanchado, no llegan las inversiones tan necesarias para hacer crecer este valle, se quedan en el de al lado. Su mirada se dirigía por encima de las montañas, no me dijo a cuáles, yo los intuyo, no es difícil. No se quedan a vivir en el valle. Vienen por temporada, son cientos de profesores, pero en cuanto se derrite el hielo se van con él. Eso sin contar los que dan clases ilegalmente, sin la titulación necesaria, sin los seguros que respalden su actividad si ocurre un infortunio. Cada año somos menos viviendo en el valle, unos pocos, pero menos. Concluyó su reflexión. Miró al valle y dijo “ahora a muerte hasta abajo”. Fanático de su deporte, de su valle, de su pueblo, de sus montañas. Me tiré tras él y conmigo los otros siete aprendices.

El pájaro carpintero volvió a aporrear su pino. Me despertó de mi ensueño. Hay paralelismos y frentes comunes. La titulación necesaria para enseñar, dar clases, junto con la responsabilidad civil de las actividades al tiempo libre. El problema de la despoblación de los pueblos, en muchas ocasiones donde realizamos nuestras escaladas. Actividad económica que fije población. Decisiones políticas de inversión pública que ayuden a ello.

Pienso en el colectivo itinerante de Rodellar de los veranos, en el de guías de montaña de los inviernos, unos pocos se quedan, los demás siguen el camino. Nos acercamos al Paraíso, vivimos un tiempo en él y buscamos otros, persiguiendo un nuevo proyecto cada vez. Volvemos y encontramos los que han elegido éste o aquel. Viviendo en Margalef, en Cerler, o como yo, en la caravana.

Es el canto del carpintero, el de Cuenca o el de Cerler, el que agita mis razonamientos. Su bella canción resuena en mi cabeza así me ponga las botas de esquiar o me calce los pies de gato.



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